Antecedentes
Manuel Antonio Modesto Leal Catalá nació el 12 de enero de 1874, en Cienfuegos. A pesar de haberse convertido en uno de los más grandes y admirados médicos cienfuegueros, la búsqueda investigativa realizada evidenció que no ha sido objeto de interés para los estudiosos de la historia local y su nombre solo se incluye en contadas referencias en fuentes como el Diccionario Biográfico Cienfueguero y la Enciclopedia Popular Cubana, ambos de Luis Bustamante; en la parte biográfica de la Memoria histórica de Cienfuegos y su jurisdicción, de Rousseau y Díaz de Villegas se le dedica una página; el Diccionario de Médicos Cienfuegueros, de Rigoberto Flores Roo ofrece breves datos, y en el Panorama de los servicios de salud en Cienfuegos, de Rosa Hernández y Antonio de Armas, no aparece registrado. Su labor como médico no ha sido debidamente reconocida; es por ello, que este trabajo tiene como propósito esbozar su labor profesional y exponer evidencias de su impronta social en el contexto local de la época. (Figura 1).
Contexto histórico
La Modernidad, fenómeno que se percibió en Cuba a finales de la década del 70 del siglo XIX y las tres primeras del siglo pasado, en los grandes y mediados núcleos urbanos, se manifestó en la esfera pública y se expresó en las diferentes actitudes y conductas asumidas por las diferentes capas y sectores sociales, así como en el discurso que proyectaban los hombres desde las tribunas y los órganos de opinión.
Como expresión de la Modernidad en Cienfuegos, puede señalarse la diversidad de instituciones y asociaciones fundadas por los diferentes grupos, capas y sectores de la sociedad, atendiendo a diversos caracteres, tipos y denominaciones, que van desde las organizaciones culturales, políticas, fraternales, educacionales, gremiales, mutualistas, de instrucción y recreo, hasta las deportivas; así mismo, existieron órganos de opinión locales y particulares, muchos de los cuales eran portavoces de aquellas, donde se modelaban las ideas y se creaban estados de opinión. La labor profesional de Modesto Antonio Leal Catalá condicionó que se insertara en los espacios de varias instituciones, incluso, fue miembro de algunas de ellas.
Esbozo biográfico
Fue descendiente de padre canario y madre cubana. El padre, Juan Leal y Leal, fue un notable carpintero y excelente maestro de obras, que gozaba de buena reputación entre las clases solventes de la sociedad cienfueguera, por su honradez y laboriosidad, y muy querido y estimado también por los obreros de este pueblo por su bondad; mostraba además gran entusiasmo por la moral y la cultura de la juventud cienfueguera. Junto al alicantino radicado en Cienfuegos, el escultor y lapidario Miguel Valls LLadó, aprovechaba todas las oportunidades para aconsejar por el buen camino, estimular y amonestar a los jóvenes para que adquirieran hábitos de trabajo, amor al estudio y que no olvidaran la práctica del ahorro. Señalaron Rousseau y Díaz de Villegas que: “Raro es el niño o joven de aquellos tiempos que no recibió periódicamente alientos y consejos de los Sres. Juan Leal y Miguel Valls, los cuales contribuyeron a formar de ese modo los sentimientos de los hombres que son hoy (en 1919) los elementos sociales de Cienfuegos que trabajan, estudian y aspiran a un estado mejor”.1 Su madre, Angela Catalá y Amestoy, era natural de Gibara.
Cursó la enseñanza primaria en los colegios de los maestros Ginés Escanaverino de Linares y de Félix Fernández López; posteriormente, pasó la segunda enseñanza en el Colegio Nuestra Señora de Montserrat.1
Estudió la carrera de Medicina en la Universidad de La Habana y se recibió de médico en el mes de junio de 1897. El día 12 de noviembre de ese año, el Ayuntamiento tomó razón de su título de Licenciado en Medicina; a partir de esa fecha ejerció la Medicina en Cienfuegos.
Contrajo nupcias con la joven Virginia Cabrera Borges el 17 de noviembre de 1899, de cuya unión nacieron 5 hijos: Juan Manuel, Angel, María, Luisa y Angela.1
Como descendiente de canario, perteneció a las sociedades regionales de canarios de la localidad y se desempeñó como médico de varias instituciones obreras de la ciudad, como el “Gremio de Toneleros”, el “Gremio de Braceros”, el “Gremio de Estibadores”, el “Gremio de Marinos de la Bahía”, la “Sociedad de Empleados The Cuban Central” de la Compañía de Seguros de Cuba, la “Asociación Canaria” y el “Centro Canario”. De la primera asociación mencionada fue médico durante 23 años consecutivos, de los gremios de estibadores y braceros, 19 años y del “Gremio de Marinos de Bahía” durante 15 años. No desempeñó ningún cargo público retribuido en el Municipio, la Provincia o el Estado.1
En esta etapa, los servicios de salud gratuitos para los pobres ofrecidos por los médicos particulares en Cienfuegos, eran escasos, y Manuel Leal fue uno de los pocos que los brindó desinteresadamente, así lo patentizó el logroñés Luis de Rioja, radicado en Cienfuegos:
“Yo he visto la casa de este hombre de tan extraordinario humanitarismo, llena de menesterosos a donde acudían todas las mañanas a tomar el nutritivo desayuno, que les era servido con amor y abundancia. Yo he visto cómo acudían a su consulta, donde eran atendidos uno, dos, veinte… cientos de pacientes, sin exigirles la más mínima retribución por sus servicios, y lo que es más, aportando muchas veces de su peculio particular el valor de las recetas que extendía. Yo he visto también cómo acudía rápido de día y noche a cualquier llamada sin cuidarse de su salud quebrantada, y aun teniendo en muchos casos la seguridad de que sus honorarios no serían cobrados, y así, de ese modo, podríamos enumerar datos y pruebas personales de cuanto vimos de este gran doctor (…)”2
Fue reconocido y considerado como uno de los clínicos de mayor reputación y fue notoria su contribución en los servicios de salud durante la República; ejemplarmente laborioso y solícito en la atención a sus pacientes en nuestra ciudad.1
Por su trato afable y jovial, unido a sus profundos conocimientos profesionales, y por su alto sentido humano y generosidad, cuando se trataba de atender a las clases más necesitadas, se hizo acreedor del cariño, el respeto y la estimación del pueblo de Cienfuegos. Participó activamente durante las epidemias que azotaron a la ciudad y brindó todos sus conocimientos para combatirlas; de él han dicho los historiadores Rousseau y Díaz de Villegas:
“Incansable, entusiasta y decidido amante del progreso de su pueblo natal, surgen en él cada día nuevas y fecundas emulaciones, exponentes de su amor al estudio y al trabajo. Se le han ofrecido todos los puestos políticos que pudiera ambicionar un ciudadano y todos los cargos asequibles a un profesional de elevados méritos; pero él, amante de su hogar y modesto siempre ha declinado esos honores…”.1
Durante las fiestas por el centenario de la ciudad, fue reconocido por el Ayuntamiento de Cienfuegos con una Medalla de Oro y un Diploma de Honor acreditativo con la siguiente inscripción: “Por su amor y servicios gratuitos a los pobres durante 22 años.”
Hasta los últimos momentos de su vida estuvo trabajando, a pesar de sufrir una grave enfermedad cardio-pulmonar. Su muerte, ocurrida el 18 de febrero de 1932, sumergió en un mar de tristezas al pueblo cienfueguero. Su sepelio fue una sentida manifestación de duelo y pérdida.3
La prensa local se hizo eco de este acontecimiento social en grandes titulares: “Los imponentes funerales del Dr. Manuel A. Leal Catalá. Excedieron en solemnidad y grandeza a cuanto pueda imaginarse, y solo tendrán idea de su extraordinaria significación, los que fueron testigos de los mismos. Una verdadera montaña de flores cubre desde ayer la tumba del esclarecido cienfueguero y gran benefactor de los humildes”;4 al día siguiente de su fallecimiento, otro diario publicaba: “El sepelio del Doctor Manuel Leal Catalá fue una gran manifestación de duelo popular”.3 Quien se acerque a las páginas de estos diarios encontrará en ellas la labor realizada por este hombre a favor de las causas nobles y justas, y sobre todo, su amor al prójimo.
Según el artículo 438 de las Ordenanzas Municipales redactadas por el médico Joaquín Martí Puig “Los cadáveres al ser conducidos a los cementerios o depósitos no se expondrán a la expectación pública ni se llevarán descubiertos por las calles aunque vayan en carros con cristales”; sin embargo, en el caso del sepelio de Leal, se autorizó a que se llevara por toda la calle hasta el cementerio, así lo describen los diarios:
“Cienfuegos entero -miles de almas en persona y el resto en espíritu-, rindió ayer homenaje póstumo de respeto, veneración, amor, simpatía y gratitud a uno de sus hijos más queridos, con motivo de la conducción a la necrópolis de los amados restos mortales del Dr. Manuel A. Leal Catalá, cuyo nombre no necesita el realce de adjetivos, porque ese nombre llegó a ser en los hogares cienfuegueros, lo mismo entre los acomodados que entre los humildes –aunque él hacía naturalmente objeto de su particular predilección a estos últimos – sinónimo de servicio y desinterés ilimitados(….)”.4
Y más adelante, el 20 de febrero, la prensa local describía el acontecimiento:
“El pueblo – no obstante el natural deseo de los familiares de evitar molestias a los amigos del amor ser (Sic), y no obstante también la prohibición terminante de las Ordenanzas Sanitarias – quiso llevar y llevó en hombros hasta el Cementerio el ataúd que guarda los restos del Dr. Leal, como también ese mismo pueblo llevo en sus manos hasta el mismo lugar las innumerables coronas que le fueron ofrendadas por sus atribulados familiares y sus amigos, admiradores y seres agradecidos (….)”.4
“Imposible hacer una descripción del imponente acto. Baste decir que desde la casa mortuoria hasta el Cementerio, ambos lados del trayecto estaban ocupados por una compacta muchedumbre, de entre las que surgían al paso del cadáver, las frases de sentido afecto y simpatía, y en muchos casos las lágrimas. Al ataúd seguía una muchedumbre compacta, que apretujándose, llenaba tres cuadras, y una inacabable hilera de automóviles particulares y de alquiler. El cortejo salió poco después de las ocho de la mañana, y el acto terminaba dos horas después en el Cementerio. En el pórtico de éste, el Dr. Carlos Trujillo, en nombre de los familiares y del Colegio Médico y el señor Pérez Hercau, en el de los obreros y las clases pobres todas, despidieron el duelo, diciendo en forma elocuente y sentida cuanto es susceptible de inspirar a los que admiraron y quisieron al Dr. Leal, su fecunda vida, parte ya de la historia, en la que quedan grabados su laboriosidad sin límites, su abnegación y desinterés insuperables, y su vida ejemplarísima toda(…)”.4
Además de los valores que se han citado de este médico, la prensa destacó:
“(…) sus acciones generosas, su caballerosidad invulnerable, su culto a la amistad y al deber que lo llevaba a lindes no comunes, su amor a la humanidad, que le hacía mirar en cada semejante a un hermano y amigo, su dedicación asidua e intensa a su labor profesional durante cerca de cuarenta años con tal entusiasmo y fe, que lo hizo olvidarse de su propia vida, al extremo que ni los sufrimientos físicos de la terrible enfermedad que lo fue agotando le impidieron seguir ejerciendo su profesión, labor tanto más digna de admiración y loa, por lo mismo que en ella no buscó bienes materiales de ningún género, sino el noble deseo de aliviar, cuando no suprimir el dolor de sus semejantes".4
En la sección “Mundo Elegante” del diario La Correspondencia,5 se publicó el día 19 de febrero de 1932, otro trabajo con motivo del fallecimiento de Leal donde se destacaban sus condiciones espirituales y su humanismo:
(…) “El Dr. Leal, espíritu noble y altruista, alma toda bondad y sacrificio, ha partido para siempre de este mundo, donde supo derramar a caudales, la cristiana bondad de su corazón.
Bajó a la tumba, con el más noble título a que pudiera aspirar un buen hombre: “El médico de los humildes”.
En esa misma sección se inserta un trabajo del marino, escritor y periodista logroñés radicado en Cienfuegos Luis Insausti del Val, cuyo seudónimo era Luis de Rioja, a quien se ha hecho alusión anteriormente:
“Manuel Leal, cuyo apellido es un símbolo de su inconmensurable nobleza, ha hecho medicina en Cienfuegos con tan incansable constancia y desinterés, que no podríamos decir si sus cimentados conocimientos de la ciencia han curado más que sus caritativos procedimientos llenos de bondad y generosidad, para remediar toda clase de menesteres, de necesidades y desgracias.
Cienfuegos está de luto. Luto muy especialmente para los pobres, para esos pobres que él tanto ha socorrido, aliviando sus miserias, su pobreza, sus enfermedades, sus dolores.”2
En el momento en que las campanas de la Catedral anunciaron la hora exacta a las seis de la tarde, cuando se estaba ocultando el sol, en uno de los días de mayor luto del pueblo cienfueguero, Luis de Rioja pedía a todo el pueblo de Cienfuegos un minuto de silencio para el notable médico.
Años más tarde, al conmemorarse el 120 aniversario de la fundación de la ciudad, en abril de 1939, los miembros de la sociedad Ateneo colocaron una placa (Figura 2) en la casa que le vio nacer y que le vio también partir para siempre, la cual aún todos los cienfuegueros pueden leer, a su paso por la calle de Argüelles, entre Gacel y Hourruitiner.
En 1942, en honor a su labor profesional se le impuso su nombre al Hospital de Emergencias de Cienfuegos (Figura 3).
Es evidente que esta personalidad cienfueguera, profesional de la medicina por demás, puso al servicio del pueblo cienfueguero sus adelantados conocimientos sobre la ciencia médica y fue un hombre moderno, de gran humanismo, inmerso en el tejido social de la sociabilidad.