"Un médico debe tener calidad humana. Si el médico no tiene esa cualidad, creo que debe dejar la Medicina, porque con la sensibilidad y la ternura se ayuda muchas veces más a un enfermo que con todos los conocimientos".
Raimundo Llanio Navarro
Uno de los exergos que elegí para mi modesto libro sobre “La Clínica y la Medicina Interna”, también del profesor Llanio, fue: “me gustaría que me recordaran como médico asistiendo enfermos y como profesor enseñando”.1
En las palabras iniciales de ese mismo texto, escribí: “Cuando entré a la sala Clínica Altos del Hospital Universitario General Calixto García, de La Habana, para cursar ya oficialmente el tercer año de la carrera de medicina, tuve el privilegio de encontrarme allí con dos profesores que me marcaron para siempre en mi vida profesional, pues me iniciaron, con gran sabiduría y bondad, en el bello campo de la clínica… y, concretamente, en la Propedéutica Clínica y la Fisiopatología. Luego ellos han pasado a formar parte de la hermosa galería de verdaderos maestros de la medicina clínica que hemos tenido la dicha de contar en nuestro país. Sus nombres: Raimundo Llanio Navarro y José Emilio Fernández Mirabal.” 1
Después estuve en el Hospital Nacional Dr. Enrique Cabrera, en lo que considero la “época de oro” de ese centro y allí tuve el honor de ser alumno del profesor Ignacio Macías Castro, también otro de los grandes maestros de la Medicina Interna cubana, tanto en cuarto como en sexto años.1
En el aprendizaje de la clínica siempre ha sido esencial la influencia que han tenido los maestros en sus discípulos, desde Hipócrates hasta nuestros días. Sin dudas, una gran parte de lo que he podido hacer posteriormente por mis pacientes y por mis estudiantes, se lo debo a Llanio, a Fernández Mirabal y a Macías.1
En la sala Clínica Altos hice mis primeras historias clínicas completas en el modelo oficial de entonces, que lo formaban cuatro hojas unidas formando una especie de folio, con el membrete del hospital en la primera de ellas y el resto en blanco para dejar constancia de los datos recogidos en el interrogatorio y en el examen físico. En este último, se comenzaba por el aparato que se suponía era el más afectado en cada paciente, aunque todos se exploraban y documentaban. También de allí, recuerdo hoy con agrado, los primeros pases de visita, las discusiones de casos y fue donde practiqué mis primeras punciones lumbares, mis primeras punciones pleurales, mis primeras inyecciones intraarteriales y reforcé mis habilidades con las inyecciones endovenosas.
En ese tiempo, tuve el privilegio de participar con un pequeño grupo de estudiantes que, además de hacer guardias voluntarias en la propia sala –sobre todo cuando había pacientes ingresados con cierta gravedad-, ayudamos a revisar una a una las “pruebas de galera” de la primera edición del libro de Propedéutica Clínica, durante largas horas y días, cuyo autor principal era el profesor Llanio, que personalmente nos pidió esa cooperación. Este texto fue apareciendo luego, poco a poco durante el mismo curso, impreso en fascículos, para colocar uno detrás de otro en una carpeta empastada que se distribuía gratis a los estudiantes de tercer año, para su beneplácito. ¡Qué honor que el profesor Llanio en unas palabras iniciales en esa edición agradeciera al final a los alumnos que habían cooperado con él en esa tarea! Además, cómo olvidar el beneficio que obtuvimos de aquellas páginas -que estudiamos también casi sin darnos cuenta- para nuestra práctica profesional posterior.
Por ese entonces, el profesor Llanio era un reconocido internista del Hospital Calixto García y fungía como el profesor principal de la asignatura de Propedéutica Clínica y Fisiopatología que se brindaba en cuatro salas de ese centro (Clínica Altos, Santos Fernández Bajos, Landeta y otra sala cuyo nombre no recuerdo). Como todos los internistas de esa época, el profesor Llanio tenía sus preferencias por determinados campos de la clínica, en este caso la gastroenterología, al igual que el profesor Fernández Mirabal por la hematología –en especial los trastornos de la coagulación, reconocido internacionalmente por especialistas en este campo - y el profesor Macías Castro por la cardiología, aunque su “fuerte” siempre fue el estudio de la hipertensión arterial, lo que hizo que fuera considerado años después como experto de la OMS en este tema. Ellos fueron admirados nacional e internacionalmente, tanto como internistas, como por expertos en los campos de su preferencia.
La personalidad y la constancia de Llanio lo llevó a fundar lo que sería luego el Instituto de Gastroenterología, a partir de un puñado de médicos jóvenes, inteligentes y laboriosos, que había formado con celo desde el pregrado y a los que había enseñado los secretos de la laparoscopia. Formó luego una red de gastroenterólogos/laparoscopistas por todo el país, a los que fue proporcionando nuevas herramientas tecnológicas, de acuerdo a los avances que se producían en el mundo. Se le reconoce, entre otros resultados en este campo, como el introductor a nivel mundial de la laparoscopia en urgencias para el diagnóstico precoz del abdomen agudo. Su prestigio bien ganado como gastroenterólogo a nivel nacional e internacional alcanzó cotas difíciles de igualar, con participación en innumerables eventos científicos, publicaciones, innovaciones, reconocimientos.
Su libro “Laparoscopia de Urgencias” es una obra que merece una referencia especial, pues en ella se describe lo que para su época significó una técnica de avanzada en el abdomen agudo, que precisaba el diagnóstico de certeza en un alto porcentaje de los casos y, por tanto, de ahí se derivaba la conducta a seguir con el paciente. Esta publicación tuvo gran repercusión en nuestro medio e internacionalmente, ya que es evidente que el desarrollo de este trabajo dio paso luego a la cirugía de mínimo acceso e indudablemente es uno de los aportes más importantes en el trabajo del profesor Llanio a la Medicina Mundial.[1]
Sin embargo, nunca abandonó una de sus empresas más queridas -como testimonio de su vocación docente clínica más general-, las nuevas ediciones del texto de Propedéutica Clínica y Semiología Médica que se convirtió en un libro básico de la carrera de Medicina por 50 años. Posteriormente también lo ha sido de Estomatología y de Licenciatura de Enfermería. Se pudiera afirmar que la inmensa mayoría de los profesionales de las ciencias médicas de nuestro país, actualmente en ejercicio, han estudiado por “El Llanio”. Personalmente lo considero el libro más completo de estos preliminares básicos de la clínica publicado durante estas cinco décadas. En la dedicatoria de la última edición, al lado de palabras a su esposa, como prueba de su misión de formador escribió: “A los alumnos y médicos, pasados, presentes y futuros, dueños del porvenir de la medicina, a quienes he dedicado una gran parte de mi vida”. 2
De su autoría es también un pequeño libro sobre la Historia Clínica y su importancia, muy útil para todos los que se inician en la carrera de medicina.3 Para ratificar la relevancia que concedía a la clínica en general, se enfrascó en una publicación compleja por los últimos años del pasado siglo, en pleno período especial: “Síndromes”. Convocó a múltiples especialistas para coleccionar cientos de síndromes. En el Prólogo de la obra escribió: “Nunca tuvimos la oportunidad durante nuestros estudios y ejercicio médico de contar con una obra de este tipo. Por eso Síndromes se ha escrito con la intención de que sirva, en su quehacer diario, a los alumnos de Medicina y a los médicos generales, aunque estamos seguros que será muy útil a los internistas y a los especialistas de las diferentes ramas.” 4
El profesor Llanio recibió varios reconocimientos por sus obras publicadas, especialmente por la Editorial de Ciencias Médicas, tanto por la cantidad como por su calidad.
A principios de los años 90 del pasado siglo, con el propósito de mejorar la calidad del proceso de enseñanza-aprendizaje de la Propedéutica Clínica, se planificaron evaluaciones cruzadas en todas las facultades de ciencias médicas del país. Se seleccionaron dúos de profesores con experiencia, procedentes de todas las provincias, que viajaron a los diferentes territorios para realizar los exámenes finales de esta asignatura a un 20 % de los estudiantes de tercer año que terminaban su curso y que se escogían al azar del listado de cada lugar. Tuve el privilegio de haber sido designado, junto con el profesor Llanio, para evaluar los estudiantes de medicina de Santiago de Cuba y Guantánamo. Fueron días de intenso trabajo, pero que disfruté mucho, de reencuentro fraternal con uno de mis maestros de la juventud y de nuevo aprendí de sus consejos y recomendaciones.
Entre tantos profesores distinguidos que han visitado a Cienfuegos a lo largo de décadas, estuvo el profesor Llanio con nosotros, con profesionales y estudiantes, en varias ocasiones, impartiendo sus conocimientos y, sobre todo, compartiendo sus experiencias con espíritu solidario. Se recuerdan todavía su conferencia sobre las bondades de la laparoscopia y su charla acerca del síndrome adherencial especialmente en pacientes laparotomizados previamente con episodios a repetición de suboclusión intestinal, cuadro clínico descrito, confirmado y tratado por él a partir de la clínica de los enfermos y con el auxilio de la laparoscopia. Esas conferencias fueron impartidas en el anfiteatro de nuestra Facultad de Ciencias Médicas. El uso correcto o no de la sonda nasogástrica o de Levine, con la importancia de conocer el significado de sus diferentes marcas –lo que se ignora o descuida en muchos casos-, entre otros temas abordados en el Hospital Dr. Gustavo Aldereguía Lima. Pero, especialmente, se constató su afán por, de manera amena y didáctica, no dejar de enseñar, pero, sobre todo, educar, en la mejor tradición de la escuela cubana de clínica.
Cuando se introdujeron las modernas tecnologías de la comunicación, Llanio se insertó en ellas. El correo electrónico fue un aliciente para él por muchos años. También tuve otro privilegio entonces, al estar en la lista de sus direcciones e intercambiar con él muchos mensajes de correo electrónico, con consejos y muestras de afecto filial.
Considero que tenemos grandes deudas con profesores que entregaron sus vidas a la enseñanza de las ciencias médicas y que fueron, además de excelentes médicos, educadores ejemplares cuyos frutos se siguen multiplicando en nuestros días. En mi caso, sirva este pequeño trabajo de homenaje modesto a uno de mis inolvidables maestros.
[1]Palabras del Presidente de la Sociedad Cubana de Gastroenterología Dr. Manuel Paniagua Estévez en ocasión del acto de la presentación del documental “El Llanio” en la sala del Memorial “José Martí”. La Habana, 2 de Febrero de 2010.