INTRODUCCIÓN
Fue José Olallo Valdés un cubano, testigo de la misericordia, hombre de espíritu y modesto hasta la humildad. En él tenemos hoy guía los jóvenes que estamos en el camino del saber, con alto compromiso hacia nuestro pueblo. Enfermeros de alma y de entrega a nuestra profesión, nos esponde hoy resaltar la obra de este enfermero, hombre de todos los tiempos que dedicó una vida entera a curar a personas enfermas y dentro de ellos a los más necesitados y humildes. El padre Olallo fue un hombre de silencio y el mayor de su silencio fue el que se refiere a su relación con Dios.(1)
Con fecha 12 de febrero de 1820 nació en La Habana José Olallo Valdés. El miércoles 15 de marzo fue depositado en la Real Casa Cuna del patriarca Señor San José de La Habana. Quedaba considerado para toda su vida como un huérfano. Fue educado en la casa cuna de San José y luego pasó a ser educado en la casa de beneficencia de La Habana en 1827, fecha en que fueron recibidos por primera vez en ella educando varones. Olallo se crió junto a niños débiles que morían uno tras otro sin remedio. Si no lo notó en los primeros años, debió de conocer estas desgracias y estas calamidades a medida que crecía. Esto lo hizo reaccionar positivamente ante esa realidad dolorosa, despertando su apasionada vocación de enfermero. Lo asombroso es que no le afectó su espíritu y su carácter. No solo fue un hombre de servicio sino que en esos servicios fue siempre amable, sereno y limpio. Allí en esa casa cuna permaneció hasta que cumplió los trece o catorce años, en que fue captado por los frailes de dicha orden. Recién cumplidos los quince años comenzó a profesar en esa orden. Su aceptación fue muy profunda, muy completa, como lo prueba el resto de su vida. Un hecho contundente es que decidió ser fraile y enfermero, Es decir escogió una doble vocación, que el haría luego heroica .Olallo se niega a abandonar su condición de enfermero y fraile cuando, aún joven, ya no la necesitaba para vivir (2).
Era un monje de la orden de San Juan de Dios, un personaje que necesitó hablar continuamente con sus enfermos, tenía que hablarle no solo por razones profesionales, por conocer sus sufrimientos y aplicarles los remedios, sino porque era su obligación consolarlos y orientarlos espiritualmente. Además se ocupaba de enseñar a leer o estudiar a los niños pobres.
DESARROLLO
José Olallo Valdés debió conocer la obra de San Juan de Dios como consecuencia de la gran epidemia de cólera en Cuba y, muy especialmente, en La Habana en 1833 cuando la casa de beneficencia donde Olallo estudiaba la convirtieron en hospital. No sabemos los motivos, ni las causas ni las circunstancias. José Olallo Valdés, al igual que hiciera San Juan de Dios en Granada, España, trabajó mucho y escribió muy poco. El prior de la orden José de la luz Valdés lo envío a Puerto Príncipe, se había opuesto a la profesión del muchacho. El viaje entre La Habana y Puerto Príncipe fue una verdadera aventura en aquella época. El 13 de abril de 1835 llegó Fray José Olallo Valdés a la ciudad de Camagüey y lo recibió el cólera, que alcanzó carácter de epidemia en los meses de octubre y noviembre de 1835.
José Olallo Valdés tenía como costumbre trabajar en el Hospital, normalmente en la enfermería, y estudiar. Los estudios, generalmente eran los de enfermería y cirugía. Para profundizar en los conocimientos de Enfermería tuvo como texto la reciente publicación, en aquellos momentos, de Jesús Bueno y González, enfermero de Cádiz, España y que salió en 1833. El "Arte de la Enfermería" lo formo sobre la filosofía de los cuidados. También en la praxis de las técnicas de la enfermería. Es lo que venimos en llamar Principios fundamentales de la Enfermería como: Arreglar todo lo que rodea al enfermo, inspeccionar cuanto se le ha de administrar, cuidar su aseo, consolar su espíritu.(3)
En textos por él consultados aprendió sobre anatomía, fisiología, farmacopea, técnicas sobre cirugía, dietética, variedad de curas, instrumentos, etc. Brindó atención a los que están en estado convaleciente, o en estado grave, por lo que realizó técnicas complejas de gran responsabilidad.
Conocer qué era un día en la vida de José, es conocer como fue este singular hombre. Seguir un día no resultaba algo reduccionista, más bien fue como un sincretismo vital. Es una fotografía con significación de película, es algo muy importante para conocer y profundizar en su totalidad humana y humanista.(4) Al romper el día salía de su celda Olallo y giraba su vista a los ochenta y más enfermos que, por término medio, ha tenido siempre el hospital. Allí recogía y sustituía con sus propias manos todo lo que se había desaseado en la noche anterior, enseguida se ocupaba de bañar y curar toda clase de ulceras, aun las más nauseabundas. Concluida aquella operación, bajaba a preparar y aplicar los medicamentos en el orden prescrito por el médico del hospital. Después subía con este, para escribir al dictado sus recetas y recibir las necesarias instrucciones a la cabecera de cada enfermo.
Personalmente asistía a la distribución del desayuno, del almuerzo y de la comida, teniendo especial cuidado de que alcanzase en partes para todos. Entre almuerzo y comida desempeñaba los trabajos siguientes:
Recibía y curaba gratuitamente a innumerables personas que de afuera concurrían a él para aprovecharse de su larga práctica, de sus notables y variados conocimientos médicos y quirúrgicos. Y también repartía alimentos a los pobres que habitaban los alrededores, anotaba el movimiento diario del hospital, en sus limosnas e inversiones, en las altas, en las bajas, en las enfermedades, datos solicitados etc. Todo de su puño y letra en cuadernos especiales, formando de esta manera una minuciosa y exacta estadística del referido asilo, comprendiendo en ella la extensa época de su preciosa existencia. Además enseñaba a leer y escribir a los niños pobres de la barriada. Por la noche asistía a los enfermos del contorno del hospital que lo solicitaban.
Antes de acostarse recorría siempre todas las salas, llevando vino y panetela para los ancianos y los enfermos demasiado debilitados que por este motivo no podían conciliar el sueño. Cuando quedaba alguno grave, lo que era muy frecuente, volvía a media noche para acompañarle y aliviarle cuanto fuera posible en esas terribles horas de agonía.
En 1866 enfermó de lepra el hermano Juan Manuel de Torres, a quien Olallo brindó durante 10 años los auxilios materiales y espirituales adecuados. Ahí se pone de manifiesto una vez más su humanismo y solidaridad con aquellas personas que realmente lo ameritaban.
Nuestro enfermero enfrentó el cólera nuevamente en 1869, trabajó sin descanso cada día y cada hora.
Al morir el Fraile Juan Manuel Torres el 26 de enero del 1876, José Olallo quedó solo en el hospital como único hermano de la orden en Cuba y América.
Hubo una pandemia de viruela en 1888, esto será ya una mayor etapa de madurez para el fraile. Muere el 7 de marzo de 1889. Pasados dos años, el ayuntamiento decidió honrarlo por su gran obra humanista, le construyó una bóveda y le dedicó en su nombre un parque y una calle.
Camagüey conserva hoy con devoto amor el nombre y la memoria de José Olallo Valdés. Su actuación humanitaria sobresalió particularmente durante la guerra de los Diez Años (1868- 1878). Evitó en cierta ocasión que las campanas tocaran a degüello salvando de una matanza a la población civil camagüeyana. Quizás, el más mencionado o conocido acto resulte aquel que relata la actitud compasiva asumida por el siervo de dios ante el cadáver del general mambí Ignacio Agramante y Loinaz. Se dice que con su propio pañuelo limpió cuidadosamente el rostro ensangrentado del patriota, ante los ojos asombrados de militares españoles y simpatizantes del bando colonialista.(5)
CONCLUSIONES
Fue el fraile José Olallo Valdés un hombre que, encerrado en su hospital, irradió calidad de vida humana y trascendencia divina a la sociedad de su tiempo, de modo que, todos con él sanaron un poco. Así quisiéramos que sean conscientes, constantes y humanos nuestros médicos, enfermeras, auxiliares.
No fue médico, pero su experiencia clínica, su amor al enfermo y experto bisturí sanaron a cientos que, agradecidos, le acompañaron en su entierro. No fue educador titulado, pero los niños y los adultos que se acercaron a él aprendieron ¨lo bueno, lo grande, lo infinito¨, al decir de un testigo ocular. No fue político, pero sí patriota; lo demuestra el recoger con toda veneración al Mayor General Ignacio Agramante y rindiéndole honores como héroe de la patria, en situación política tan comprometida. No fue sacerdote, aunque se lo propuso el señor obispo, por no abandonar a sus enfermos, sin embargo, todo el pueblo lo llamo Padre.
No fue predicador, aunque el eco de su ejemplo aún resuena en Camagüey. No hizo milagros en su vida pero todos lo tenían por santo.