Señor director:
Mi amigo y profesor, el Dr. Alfredo Espinosa Brito, desde hace algún tiempo me ha estado sugiriendo la idea de escribir y dejar documentada para la historia de la docencia médica superior de la provincia de Cienfuegos, la narración que referiremos y a la cual el Profesor se ha referido en círculos pequeños en diferentes ocasiones, como un antecedente legítimo de la presencia de estudiantes de medicina en nuestra ciudad.
Es un hecho real que la docencia médica superior en Cienfuegos, comenzó de manera oficial en el año 1979, con un grupo de internos que provenían de la provincia de Villa Clara, con rotaciones en los hospitales provinciales, Ginecobstétrico, Clínico-Quirúrgico y Pediátrico, pero debemos conocer que el primer intento de explorar las condiciones para llevar a cabo esta actividad en la provincia ocurrió diez años antes, en el año 1969, cuando un grupo de diez alumnos de la Escuela de Medicina de la Universidad de La Habana fueron enviados a esta ciudad, a pasar una estancia bajo la tutela de un profesor de Medicina Interna, el Dr. José González de Armas, que se encontraba trabajando aquí en el Hospital Regional Clínico-Quirúrgico Héroes de Playa Girón de Cienfuegos.
En aquellos momentos, el que suscribe era dirigente de base de la FEU y de la UJC, en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de La Habana y cursaba el cuarto año de Medicina. A través de estas organizaciones me convocó el director de la Escuela de Medicina y me indicó que había sido elegido para venir al frente de un grupo de diez estudiantes de medicina, con la idea de explorar las condiciones de Cienfuegos para la Docencia Médica Superior (recién había comenzado en Santa Clara). La forma en que nos seleccionaron nunca la supe, pero como todavía la mayor parte de los estudiantes de medicina del país cursaban sus estudios en La Habana, había en el grupo compañeros de las entonces provincias de Oriente, de La Habana, de Pinar del Río y de Las Villas, entre los que se encontraban dos que posteriormente fueron profesores de esta Facultad, el Dr. José Antonio Cabrera Gómez y el que les narra.
Aquellos jóvenes eran estudiantes que se destacaban, tanto en sus habilidades prácticas, como en el conocimiento teórico. Eran, además de buenos estudiantes, buenos trabajadores, responsables y cumplidores, características con las que se granjearon el respeto y el cariño de cuantos se relacionaron con ellos y no me equivoco si digo que de algunos pacientes también, a pesar del corto tiempo del “experimento”.
De inicio la idea no nos gustó mucho, no era muy grato dejar la ciudad de La Habana, aunque éramos provincianos la mayoría, y marchar a una provincia durante dos meses sin saber qué íbamos a encontrar y además estábamos acostumbrados a centros asistenciales insignes en la docencia y la asistencia médicas, pues procedíamos de los hospitales Calixto García, Manuel Fajardo y el Enrique Cabrera (Hospital Nacional). Sin embargo, al llegar aquí, enseguida nos sentimos muy bien, aunque las condiciones materiales de alojamiento no eran las mejores, fuimos muy bien acogidos y con un calor humano tremendo por parte del personal médico, dirigentes, enfermeras y trabajadores en general. La calurosa acogida y el nivel de aceptación que tuvimos fueron muy buenos.
Ahí conocimos a jóvenes médicos y otros menos jóvenes que, a pesar de no ser especialistas y mucho menos profesores, nos ofrecieron su ayuda, sus conocimientos, las mejores relaciones. Más que alumnos y profesores, éramos compañeros y amigos, confianza que nos ganamos con la seriedad de nuestro trabajo. Entre aquellos médicos estaban los siguientes: Dr. Alfredo Espinosa Brito, Dr. José Díaz de la Peña, Dr. José M. Bermúdez López, Dr. Francisco Rizo Rodríguez, Dr. José I. Fernández Montequín, Dr. Rubelio Pina (Director del Hospital), Dr. Augusto Enriquez Elesgaray, Dr. Moisés Portell Torres, Dr. David Cala Rodríguez, Dr. Roberto Vega Hernández, Dr. Octavio del Sol Castañeda, eminente cirujano, y otros. También recibimos atención especial del Dr. Pedro Hernández Sánchez, que en aquellos momentos era el Director Regional de Salud.
En aquel hospital trabajamos duramente en las salas, en el Cuerpo de Guardia, con un trabajo asistencial intenso, pero también se realizaron muy buenas actividades docentes, desde entregas de guardia, clínico-radiológicas, clínico-patológicas, discusiones de casos y otras actividades docentes. No olvido nunca que en una discusión de casos, la paciente era portadora de una esclerosis múltiple, y nos impresionaron mucho las excelentes exposiciones del Dr. Espinosa y el Dr. Díaz de la Peña, lo que comentamos entre nosotros, como en general los alumnos lo hacen admirados de la brillantez de sus profesores.
Faltaría algo en este relato, si no digo que también aquellos muchachos disfrutaron también de las playas, y los centros de recreación, los restaurantes, los museos, de la biblioteca, en fin de los encantos de esta bella y maravillosa ciudad.
Durante nuestra estancia de dos meses, me llamaban frecuentemente de la Dirección de la Escuela de Medicina, como responsable del grupo que era, para interesarse por nuestro trabajo docente-asistencial y la situación general del grupo. Dije, al principio, que cuando nos convocaron en La Habana para venir había escepticismo y poco entusiasmo, pero todo esto dio un giro de 180 grados y recuerdo cuando en una de las últimas llamadas, el Director de la Escuela de Medicina nos informaba que dentro de poco vendría un microbús de la Universidad a recogernos para llevarnos de regreso a La Habana, el grupo entero me rodeó mientras hablaba por teléfono y me suplicaban que pidiera que nos alargaran la estancia. Así lo hice, pero no hubo prórroga y el grupo tuvo que partir unos días después.
Hubo muchos abrazos de despedida, emociones, lágrimas y también tristeza porque dejábamos atrás algo que ya había comenzado a tener forma, en la docencia y en la relación con alumnos de medicina. Hubo muchos logros. Partimos en silencio. No fue un adiós, algunos volvimos y tuvimos otro privilegio, el de ser fundadores de nuestra Facultad de Ciencias Médicas.