El anticonceptivo masculino que investigan con éxito científicos en Australia ayudará a mejorar, aunque no a solucionar, el problema mundial de los embarazos no deseados, que se cobran la vida de unas 100 000 mujeres anualmente. Sus impulsores argumentan que la mayoría de estas defunciones ocurre en los países en vías de desarrollo, donde los tabúes sociales, las costumbres y la pobreza no constituyen un terreno propicio para que triunfe la "píldora" masculina. Las naciones menos desarrolladas son responsables del 95% del aumento de la natalidad en el mundo, según los datos que maneja la Organización Mundial de la Salud (OMS). El portavoz del departamento de salud y planificación familiar de Australia, Terry Forin, declaró el miércoles que otra traba para este nuevo producto proviene de la desconfianza que muchas mujeres tienen en los hombres. "Las mujeres desconfían de los hombres que en encuentros ocasionales les aseguran que están usando un anticonceptivo que inhibe la producción de espermatozoides", opinó Forin. No obstante, creyó más probable que "lo usen las parejas, por ejemplo cuando la mujer esté dando el pecho a un bebé o no pueda usar anticonceptivos por razones médicas". La idea de un anticonceptivo masculino surgió en los años sesenta pero se abandonó "por una cuestión cultural y social, además de las dificultades técnicas, dado que las fuerzas del mercado han tendido a creer que este producto no encontrará ningún interés entre los hombres", explicó el científico Rob McLachian, del Prince Henry Institute de Melbourne. La OMS recuperó el programa en los años ochenta e "hizo estudios muy buenos sobre el asunto", según McLachian. El anticonceptivo masculino reversible que ahora desarrollan en colaboración los institutos Prince Henry y el de investigación Anzac de Sydney, y que podría estar a la venta en unos cuatro años, proviene del impulso renovador dado por la OMS. "El nuevo tratamiento impide que el cerebro envíe señales a los testículos evitando la producción de espermatozoides", explicó McLachian, y apuntó que lo han probado con éxito durante un año en 55 parejas, sin que presentaran efectos secundarios. Los pacientes se sometieron a un tratamiento en el que se les inyectaba la hormona masculina testosterona cada cuatro meses y el agente progestina cada tres. Al aumentar el nivel de testosterona en el organismo se reducen los niveles de gonadotropina, el estimulador de la glándula productora de células sexuales masculinas y femeninas y se inhibe la formación de espermatozoides, explicó McLachian. La progestina, hormona común en los anticonceptivos femeninos, contrarresta los efectos nocivos de la presencia excesiva de la testosterona, que provoca la disminución del colesterol "bueno". La idea imita el sistema natural del cuerpo humano, que a partir de la pubertad pone en marcha el mecanismo para producir los espermatozoides. McLachian aseguró que a los dos meses de empezar el tratamiento, el cuerpo deja de producir esperma. Probada la viabilidad científica, la palabra la tienen ahora los laboratorios, y al menos dos han dado muestras de interés. Actualmente existen quince métodos de anticonceptivos para la mujer y sólo tres para el hombre -el coito interrumpido, el preservativo y la vasectomía, que es irreversible-. Australia y Nueva Zelanda presentan las tasas más altas de vasectomías. En todo el mundo hay unos 125 millones de mujeres que no desean quedar embarazadas y no utilizan anticonceptivo alguno, según el informe "La situación del mundo 200301D del World Watch Institute. |