Revista de Ciencias Médicas de Cienfuegos
Rembrandt Harmensz van Rijn nace en Leiden en 1606 en el seno de una familia de molineros y panaderos. Muere en Ámsterdam en 1669, tras conocer el éxito y, también, el abandono. Ya en el siglo XVII se le consideró un pintor moderno porque desarrolló técnicas innovadoras en la pintura, el dibujo y el grabado, y creó un arte que sus contemporáneos calificaron de extraordinario por su inventiva y su personalidad, con una serie sin precedentes de autorretratos en diferentes momentos de su vida, tarea que tal vez obedecía al interés de emplear su propio rostro para estudiar las emociones a través del gesto. No dependió de la corte ni de la Iglesia, y desempeñó su actividad en un mercado libre, diversificado y competitivo. Clásico en el concepto y en las pretensiones, su máxima fue llegar a ser pintor de historias. Tarea complicada, en aquel entonces, en un país como la recién creada república holandesa, en el que los patronos tradicionales de pintura de historia, los prelados de la Iglesia católica, con encargos de retablos y pinturas de devoción, y las cortes de los príncipes y monarcas europeos, que requerían alegorías políticas y genealógicas y ejercicios de poesía pictórica grandilocuentes y ambiciosos, dejan de existir. Ambas clases de pintura histórica habían perdido buena parte de su razón de ser. Al respetar la prohibición de la Reforma respecto al uso de las imágenes en el culto, las pinturas se destinaron al disfrute privado y a la devoción personal, dejando de formar parte del ritual de devoción. Cristo, la Virgen y los santos podían aparecer en un contexto narrativo y explicativo que Rembrandt aprovechó para ampliar los temas y profundizar en su eficacia emocional a través de la disposición de las figuras, el lenguaje gestual y la iluminación jerárquica. Cómo llegar a ser un pintor de historia en el nuevo contexto político, religioso y económico se convirtió en el gran reto de su carrera. La Antigüedad clásica como fuente de modernidad “En el tratado titulado Antíoco, Luciano contó que Zeuxis, excelente pintor que aventajaba a todos los demás, raramente se complacía en pintar asuntos comunes, como las hazañas de los héroes o las batallas de los dioses, sino que siempre buscaba temas nuevos y divertidos, y una vez que se le ocurrían, los representaba para mostrar la diligencia y el ingenio de su arte” (Van Mander, 1640). La influencia, en la imaginación de Rembrandt, de los textos sobre arte de Plinio el Viejo que narran las andanzas y logros de Apeles, Zeuxis, Parrasio y otros artistas griegos —que alcanzaron la fama gracias al alto grado de iconicidad de sus obras, el atrevimiento de las poses y la caracterización de las emociones— se convierten en una fuente inagotable de ideas compositivas y nuevas soluciones para tratar tanto los temas mitológicos como los religiosos. Sus estudios de latín durante el Bachillerato y la carrera de Filosofía en la Universidad de Leiden durante un año resultaron fundamentales para acercarse al arte clásico y conocerlo, y fueron el alimento que le permitió imaginar las visiones de los acontecimientos históricos. Rembrandt consiguió entrar en la tradición de un modo nuevo, recreando los logros de los artistas del pasado de manera muy diferente. Encontró en los textos clásicos la inspiración que lo llevaría a convertirse en un pintor de historia en el contexto de la gran tradición. Rivalizó con sus predecesores de la Antigüedad en el género histórico y amplió sus conquistas. Su imaginación desterró prototipos anteriores al convertir a las personas de su alrededor en personajes clásicos sin conservar el canon griego: anatomía bien definida, perfiles nítidos, suave modelado, composición equilibrada, brillante iluminación y sublime emoción. Cualidades que tenemos en mente al pensar en el clasicismo y que tan bien definen a estilos artísticos como el neoclasicismo, o a pintores como Rafael, Poussin o Ingres. Sin embargo, en los personajes clásicos de Rembrandt tienen cabida las carnes flácidas, la edad madura, los actos indecorosos, los gestos humanos y las pasiones. Es ahí donde confluyen lo moderno y lo clásico, donde el concepto de lo bello se moderniza: la belleza no está en los cuerpos perfectos sino en el tratamiento pictórico del tema, en las luces intensas y en las densas penumbras, en las composiciones atrevidas, en la aplicación del óleo con pinceladas rápidas y aguadas oscuras que contrastan con los empastes lumínicos. Rembrandt parece anticiparse al concepto de lo sublime que propugna Kant (Lo bello y lo sublime: ensayo de estética y moral, www.cervantesvirtual.com). Su arte Desde sus primeros cuadros, Rembrandt adquiere un inquebrantable compromiso con la representación descarnada de figuras poco agraciadas, la expresión emocional llena de vigor y una tosca manera de pintar que es la seña de identidad de su estilo. Características que hacen posible que se convierta en el pintor representativo de la nueva Holanda, necesitada de alcanzar una posición destacada en todos los ámbitos para reforzar su perfil de potencia europea. Y nuestro pintor ofrece un contenido emocional que le distingue no sólo de sus contemporáneos holandeses sino también del arte italiano del momento. Huygens, secretario del estatúder Frederik Hendrik, promovió a Rembrandt incluyendo elogios y comentarios sobre sus cuadros en las cartas que enviaba a los agentes de la corte de Inglaterra. Un ejemplo lo encontramos en el comentario sobre el cuadro Judas devolviendo las treinta monedas de plata, de 1629: “Compárese esto con toda Italia… El gesto de este Judas desesperado, enloquecido, que grita suplicando perdón, desvanecida de su rostro toda esperanza […]. Me gustaría mostrar esto a los ingenuos que creen que hoy en día no se hace nada que no se haya hecho en la Antigüedad. Insisto en que nadie, ni Protógenes, ni Apeles, ni Parrasios, concibieron ni concebirían si volvieran a la vida, aquello que logró un joven, nacido y criado en Holanda, un molinero, un muchacho de rostro imberbe: reunir en la figura de un hombre (Judas) tantos detalles particulares y distintos y expresar tantos valores universales”. La pincelada tímida, casi relamida, de las primeras obras, se torna cada vez más seca y tosca para definir las ricas texturas de las telas y los metales a partir de 1630. Un mundo lujoso que se mezcla con los gestos dolorosos de feos y viejos personajes que adquieren belleza bajo luces y sombras, empastes y transparencias, colores definidos y marrones negruzcos. La pasión que Rembrandt sentía por los objetos bellos y valiosos, cuya colección contribuyó a dilapidar su fortuna, se observa en el cuidado que les dedica en todos y cada uno de sus cuadros. Copas, vidrios, espadas con vainas aterciopeladas y doradas, escudos y cascos dignos de colecciones reales, amén de los ricos brocados de las suntuosas telas que refulgen entre las sombras con un brillo sobrenatural, dotan a las composiciones de un toque personal que parece hablarnos del placer del hijo de un molinero ante el disfrute y posesión de unos bienes adquiridos por valía personal en la nueva república burguesa. Rasgos de su arte que pierden el favor de críticos y clientes a partir de 1650 y dejan paso a estilos más suaves, sentimientos más equilibrados, composiciones a plena luz y uniformidad en la pincelada. Nuevas modas que, con el paso del tiempo, se diluyen en la historia del arte, precisamente, por falta de identidad personal. Una exposición compuesta por 35 pinturas y 5 estampas permite al público español acercarse a la obra de uno de los más grandes pintores de la historia. Ya en el siglo XVII se le consideró un pintor moderno porque desarrolló técnicas innovadoras en la pintura, el dibujo y el grabado, y creó un arte que sus contemporáneos calificaron de extraordinario por su inventiva y su personalidad. La exposición Una exposición compuesta por 35 pinturas y 5 estampas permitirá al público español acercarse a la obra de uno de los más grandes pintores de la historia. La muestra se ordena de forma cronológica para que entendamos la evolución de Rembrandt como pintor de temas tomados de la historia, de la religión cristiana y de la mitología clásica. Desde sus obras de juventud, centradas en la manifestación de las emociones y sentimientos humanos, hasta la fase más personal de su carrera en los últimos años, en los que los empastes y la pincelada rápida y atrevida gozan de una libertad inusitada gracias al abandono “del mundanal ruido” en que vive el artista; pasando por las obras realizadas a partir de 1645, fase de madurez del pintor en la que la gravedad y la introversión de las emociones transmiten una sensación de peso moral. Hasta el 6 de enero de 2009. Museo Nacional del Prado. Madrid. |