Revista de Ciencias Médicas de Cienfuegos

En torno a un 40 por ciento de los enfermos con esquizofrenia abandona el tratamiento, la mayoría debido a la incomodidad de los efectos secundarios que provocan los fármacos, como el importante aumento de peso, los trastornos lipídicos, la rigidez o los movimientos involuntarios.



Así se puso de manifiesto durante un simposio celebrado en París en el marco del Congreso Europeo de Psiquiatría, en el que se abordaron algunas novedades terapéuticas para tratar la enfermedad.



Aunque el tratamiento de la esquizofrenia ha dado grandes pasos a lo largo de la historia, lo cierto es que han sido pocos, a la luz de los datos sobre su cumplimiento. Un estudio multicéntrico realizado entre más de 2.000 pacientes ha puesto de manifiesto que sólo un 58 por ciento mantiene una buena adherencia a los fármacos.



El 65,8 por ciento de los pacientes sufre efectos adversos, como ganancia de peso, sedación excesiva, movimientos anormales y sequedad de boca. Las consecuencias de un abandono de la medicación pueden ser terribles ante la naturaleza de la enfermedad.



La esquizofrenia es un trastorno mental altamente incapacitante, ya que impide a las personas desarrollar su vida normal, controlar sus pensamientos y emociones y relacionarse. Aunque los síntomas más conocidos son las alucinaciones y delirios, que son los denominados 'síntomas positivos', esta patología tiene también un lado introvertido y oscuro que sume al enfermo en una profunda apatía y en la depresión.



Según recordó en rueda de prensa el doctor Michel Bourin, jefe del equipo de investigación psiquiátrica en la Facultad de Medicina en la Universidad de Nantes, los primeros pasos del tratamiento de la esquizofrenia pasaron por métodos como el electrochoque, cuyo objetivo era sedar al paciente. Mediante las descargas eléctricas se inducía a la fiebre excesiva y a las crisis epilépticas, con un efecto aparentemente positivo en los síntomas.



Otra de las opciones era provocar el coma en los enfermos utilizando insulina para disminuir el número de células cerebrales funcionales. En los años 40 se comenzaron a hacer lobotomía. Aunque la técnica controlaba los impulsos agresivos y delirantes, convertía a los pacientes en personas indiferentes y carentes de emociones. Además muchos recaían o fallecían después del tratamiento.



Durante la década de los 50 comenzaron a aparecer los primeros antipsicóticos; que consiguieron un cierto nivel de refinamiento en la década de los 60. En esa época se descubrió que la dopamina juega un papel importante en la inducción a las alucinaciones. Los antipsicóticos típicos bloqueaban los receptores de la dopamina en el cerebro, mejorando la sintomatología 'positiva' aunque limitando considerablemente la movilidad del enfermo, al interferir en la motricidad. Los pacientes podían quedarse rígidos o tener temblores y movimientos involuntarios. Estos fármacos además no ejercían ninguna función sobre los síntomas negativos o depresivos.



En la década de los 90 apareció una nueva familia de antipsicóticos, denominados 'atípicos', que tienen una acción más compleja sobre el cerebro, al actuar tanto sobre los dos grupos de síntomas. Sin embargo, cada uno de los fármacos tiene un cuadro particular de efectos secundarios que oscila entre los trastornos musculares, rigidez, movimientos involuntarios o temblor, aumento considerable de peso; desequilibrio de los lípidos o la sedación excesiva.



Estas consecuencias provocan una mala adherencia al tratamiento por parte del enfermo, disparando las posibilidades de sufrir un nuevo brote. En el momento actual se han desarrollado algunos antipsicóticos denominados moduladores del sistema dopamina-serotonina como el aripiprazol, con menos efectos secundarios y buena respuesta clínica, controlando los síntomas positivos y negativos de la enfermedad.