Revista de Ciencias Médicas de Cienfuegos

Alas 10.30 del 1 de diciembre de 1982, Barney Clark traspasaba las puertas de una de las salas de quirófano del Centro Médico de la Universidad de Utah, en la ciudad de Salt Lake (EEUU). Este dentista jubilado de 61 años padecía una insuficiencia cardiaca congestiva (incapacidad del corazón para bombear suficiente sangre rica en oxígeno a las células del organismo, lo que permite que se acumule líquido en los pulmones y otros tejidos del cuerpo) y desde hacía un mes permanecía ingresado en el mencionado hospital debido a su estado terminal.



Tras siete horas de operación, Clark volvía a nacer al otro lado del Atlántico. El jefe del equipo que le había intervenido, el cirujano William DeVries, le implantó un corazón artíficial: el Jarvik-7. Una década después, corazones mecánicos similares al que recibió Clark han empezado a utilizarse exclusivamente como puente hasta lograr un trasplante. Esta semana, Sandeep Jauhar, de la Universidad de Nueva York, firma un artículo en el último número de 'The New England Journal of Medicine' en el que se analizan estos soportes mecánicos y en el que se afirma que los corazones artificiales permanentes son, hoy por hoy, un sueño.



El Jarvik-7 tenía una base de aluminio, con cuatro válvulas mecánicas, dos ventrículos flexibles de poliuretano y dos pequeños tubos desde el fondo del ventrículo hasta la pared del pecho del paciente. La actividad de este dispositivo se realizaba mediante un compresor de aire, fuera del cuerpo del enfermo, de un tamaño grande, y con una fuente de energía, pero la vida del corazón artificial se veía limitada por las conexiones a dicha fuente, las cuales al parecer eran poco fiables y difíciles de desplazar. El dentista estadounidense logró sobrevivir 112 días; murió tras sufrir el fallo irreversible de varios órganos.



Tras su fallecimiento, se abrió una gran polémica sobre el uso de estos dispositivos, y en 1990 la agencia estadounidense de los alimentos, medicamentos y nuevos procedimientos (FDA) dio una moratoria al uso del Jarvik-7. Fue entonces cuando se iniciaron los estudios focalizados a la asistencia del ventrículo izquierdo, aunque se sigue buscando un motor artificial para el organismo. En julio de 2001, un hombre de 58 años recibe en el hospital Jewish, en Kentucky, un corazón artificial: AbioCor. Este prototipo reemplaza por completo al del organismo del paciente y se conecta a los grandes vasos sanguíneos que transportan la sangre hacia y desde el corazón.



La bomba utiliza energía eléctrica, que es aportada por una pequeña batería que se coloca en el abdomen, por debajo de la piel, lo que hace posible su recarga sin ocasionar daños al paciente. El enfermo, que murió de un derrame cerebral, vivió con él cinco meses. Actualmente, y en un total de seis centros médicos de EEUU, se están realizando los ensayos clínicos en fase I con este dispositivo. Nueve pacientes ya lo han recibido y uno de ellos sobrevivió más de 17 meses. La compañía fabricante espera poder comercializarlo a finales de este año.



«A pesar de los progresos que se han llevado a cabo en los corazones artificiales, el caballo de batalla de los soportes mecánicos para los pacientes con fallo cardiaco son los dispositivos de asistencia ventricular izquierda, que se están convirtiendo en una opción para salvar la vida de cientos de pacientes», recalca Jauhar.



De hecho, y sólo al otro lado del Atlántico, 100.000 pacientes podrían beneficiarse de este sistema. Es más, según los fabricantes, más de 7.000 dispositivos de este tipo están implantados hoy en todo el mundo. Incluso algunos pacientes «han recuperado la función del ventrículo izquierdo sin que se conozcan todavía los mecanismos de acción de estos aparatos», aclara el firmante del artículo.



«Desafortunadamente, estos aparatos no son una opción para los enfermos con fallo severo de ambos ventrículos. Para ellos, la mejor opción es un corazón artificial permanente, algo que de momento es un sueño, en el que los mayores obstáculos son las infecciones y los tromboembolismos», concluye.