Revista de Ciencias Médicas de Cienfuegos

El reto es mucho más complejo que el del genoma humano porque cada uno de los 252 tipos de células existentes en nuestros tejidos tiene su propio juego de proteínas. Además, el nivel de expresión de una proteína varía con la edad, la nutrición y el estado de salud. Mientras que en el núcleo de las células hay alrededor de 30.000 genes, el número de proteínas oscila entre 10 y 20 millones. A través de diversos mecanismos, cada gen puede codificar hasta 20 proteínas. La complejidad no sólo es cuantitativa. Algunas proteínas residen en medios líquidos, como la sangre, y otras en las gruesas membranas célulares. Unas son diminutas, otras muy grandes. La variabilidad también es apreciable en la carga eléctrica y, lo que es peor, la mayoría está presente en concentraciones muy bajas. A esas dificultades hay que añadir que no existe una tecnología rápida y eficaz para descifrar el proteoma, como ocurrió con el genoma: las máquinas robóticas que descifran las secuencias de ADN. Los científicos se ven obligados a trabajar con una combinación de técnicas que aún resulta lenta. Todos estos obstáculos explican por qué que los tres proyectos en marcha parten de una estrategia realista, centrándose en tejidos concretos, como la sangre, el cerebro y el hígado.