Revista de Ciencias Médicas de Cienfuegos

Desde que la genómica entró a formar parte de la realidad cotidiana, uno de los puntos más debatidos sobre la contribución del ADN a la construcción del individuo es si la personalidad y el comportamiento se encuentran en los genes o se hacen con el discurrir del tiempo y las circunstancias. En los momentos del determinismo más radical se aseguraba que todo estaba escrito en la doble hélice, pero más tarde se comenzó a comprender que no era tan sencillo. Lo cierto es que existe una compleja cooperación entre la pura biología y el entorno.



Dos trabajos publicados esta semana indican que la predisposición genética al alcoholismo o a los comportamientos de riesgo no llega a manifestarse como una alteración de la conducta si además no existe un entorno familiar negativo que encienda los genes de estos trastornos.



IMPULSIVIDAD. El primero de los estudios, publicado en 'Molecular Psychiatry', indica que un ambiente afectivo y armonioso durante la infancia actúa como preventivo de comportamientos arriesgados e irracionales en la juventud y la edad adulta.



El equipo de investigación finlandés se centró en un tipo de personalidad conocido como búsqueda de novedad (NS, sus siglas en inglés) que se caracteriza por una tendencia desmesurada a las conductas de riesgo y la toma de decisiones impulsiva. Este comportamiento se había asociado con la presencia de una configuración específica del gen DRD4, pero no se había establecido cómo el entorno contribuía a la predisposición genética.



Los autores siguieron durante 14 años la evolución de 92 niños y observaron que aquéllos cuyo ADN los condenaba a convertirse en buscadores de sensaciones fuertes, pero que habían crecido en un entorno familiar favorable, tenían menos riesgo de desarrollar un temperamento impulsivo al cumplir entre 20 y 29 años que los que habían vivido en un medio más hostil, entendido como pobre emocionalmente.



Los autores aseguran que los resultados sugieren que «un entorno apropiado durante la infancia podría anular la predisposición genética». A una conclusión similar ha llegado otro equipo de científicos, en este caso estadounidense, pero en relación al alcoholismo.



Es evidente que los hijos de las personas que abusan del etanol tienen más probabilidades de reproducir este comportamiento que el resto de la población. Los estudios realizados hasta el momento sólo atribuyen a la genética entre el 40% y el 60% de la responsabilidad de este efecto, pero todavía no se ha podido valorar de forma exacta la contribución del entorno.



El trabajo publicado en 'Archives of General Psychiatry' ha abordado la cuestión de qué pesa más, los genes o el ambiente, evaluando el grado de alcoholismo de 1.270 hijos de gemelos. Elegir esta población asegura la homogeneidad en la configuración del ADN entre hermanos y, por tanto, permite examinar la contribución de la herencia en el comportamiento.



De todos los vástagos incluidos en el análisis, sólo 276 tenían padres que no abusaban o no eran adictos al etanol; el resto, bien su progenitor o el gemelo de éste dependía de la bebida. En este marco, los investigadores descubrieron que los individuos con una predisposición genética al alcoholismo, pero en cuyos hogares no se bebía, tenían el mismo riesgo de desarrollar este trastorno que aquéllos cuyo genoma no portaba la marca de la adicción. La conclusión de los científicos estadounidenses está en la misma línea que la de sus colegas finlandeses. Afirman que «el riesgo genético es necesario pero no suficiente para que los hijos desarrollen alcoholismo». En resumen, se podría decir que el ambiente familiar actúa a modo de interruptor de los genes de la adicción.



También en el caso de la depresión se ha evaluado hasta dónde influye el ADN en la aparición de la patología. En julio de este año, un trabajo publicado en Science demostraba que la predisposición genética se manifiesta si las circunstancias vitales lo favorecen. Incluso en las patologías neurodegenerativas como el Alzheimer todo parece indicar que más de la mitad del riesgo procede de factores no relacionados con el genoma.